domingo, agosto 27, 2006

EL HOMBRE DE LA TRISTEZA HISTÓRICA

EL HOMBRE DE LA TRISTEZA HISTÓRICA
En su casa, Arturo Alape pinta, escribe y recibe investigadores.
Sus amigos le hicieron un homenaje y recogieron fondos para que siga luchando contra la leucemia.
Foto: Mauricio Moreno-EL TIEMPO. (Clic sobre la foto para ampliarla)
Titular de EL TIEMPO, a seis columnas, página completa.

ARTURO ALAPE ha vivido la violencia de Colombia desde la política, las armas, la investigación y el arte. El investigador y artista ha contado la historia no oficial del País, incluso bajo amenzas de muerte. Dos exilios y 23 libros lo atestiguan. Con 67 años, sigue su obra mientras pelea contra un cancer.

EL HOMBRE DE LA TRISTEZA HISTÓRICA
El escritor y pintor Arturo Alape, el hombre de la tristeza histórica
EL TIEMPO impreso, Panorama, Agosto 27 de 2006
Por DIEGO GUERRERO
En su casa, Arturo Alape pinta, escribe y recibe investigadores.
Sus amigos le hicieron un homenaje y recogieron fondos para que siga luchando contra la leucemia.
Foto: Mauricio Moreno en EL TIEMPO.com Agosto 25, 2.006


Fidel Castro y Alape.

Ambos hablaron en el 83 para el libro "EL BOGOTAZO: memorias del olvido." (1)

(Foto archivo particular publicada en EL TIEMPO impreso, Agosto 27, 2.006)

EL HOMBRE DE LA TRISTEZA HISTÓRICA
El escritor y pintor Arturo Alape, el hombre de la tristeza histórica
eltiempo.com / vidadehoy / gente Agosto 26 de 2006
EL TIEMPO impreso, Panorama, Agosto 27 de 2006
DIEGO GUERRERO, REDACTOR DE EL TIEMPO

Recursos relacionados (Audio). Clic en el texto:
Arturo Alape habla de la influencia de la izquierda en su obra
"Hoy en día lo fundamental para mí es mi obra", dice Arturo Alape


Arturo Alape habla de la influencia de la izquierda en su obra "Hoy en día lo fundamental para mí es mi obra", dice Arturo Alape Investigador y artista, ha contado la historia no oficial del país, incluso bajo amenazas de muerte. Dos exilios y 23 libros lo atestiguan. Con 67 años, sigue su obra mientras pelea contra un cáncer.
Carlos Arturo Ruiz habla con la serenidad del que ha sido dueño de sí mismo, pero que sabe que no tiene la vida comprada. Como muestra de lo primero está, por ejemplo, haber vivido, alrededor de 40 años con el nombre que él escogió: Arturo Alape.
Lo segundo lo ha sentido muchas veces, cuando la muerte le respiró en la nuca hasta el punto de tenerla que evadir exiliándose, por amenazas, en Cuba y Alemania.
Sentado en el sofá de su apartamento, en el barrio La Soledad, de Bogotá, Alape, rodeado de cuatro óleos suyos, grabados de otros, una biblioteca con 66 libros de arte, cuatro juegos de matrioshkas -esas muñecas rusas que vienen unas dentro de otras- y una colección de tallas cubanas, muestra con palabras medidas un pensamiento activo.
Con ellas, en 23 libros y decenas de textos, entre novelas cuentos e investigaciones históricas y periodísticas, ha llevado su lucha para convertir a Colombia en un país distinto, por lo que es reconocido.
Pero dentro, el hombre mantiene una batalla por su vida. Su tez pálida delata que hace siete años pelea contra una enfermedad, una leucemia que empeoró hace tres meses.
A sus 67 años, a Alape pocos lo conocen como Carlos Arturo Ruiz, el hombre que entuteló a su EPS en junio pasado para que le reconociera la droga que le ayuda a estar vivo. Sabe que de no ser por esas pastillas, que valen 14 millones de pesos al mes, sería parte de la historia.
El nombre Alape lo ronda desde los años 60 cuando siendo de la Juventud Comunista conoció en Marquetalia (Tolima) a Pedro Antonio Marín, 'Tirofijo'.
Él le contó la historia de Jacobo Prías Alape, conocido como 'Charro Negro'. Un campesino que se alzó en armas con el fundador de las Farc y que murió en Gaitania (Tolima).
En ese momento, el joven caleño estaba dividido entre el arte y sus ideas de lucha de clases. Entonces empezó a asumir el nombre del guerrillero muerto como un homenaje. "En el año 61 me fui a la Unión Soviética. La estadía era clandestina porque fui a estudiar política. Las cartas para mi familia eran firmadas por Arturo Alape".
Tenía 27 años cuando dejó a Van Gogh (estudiaba pintura en Cali) por Marx: se fue para el monte tras el sueño de lograr un "nuevo país" a punta de plomo, con las Farc.
La ilusión le duró tres años. "Esa experiencia significó una contradicción profunda porque era un dirigente político, pero haber estudiado pintura me hizo interesarme en las historias de la gente. Cientos de historias sobre desplazamientos en Meta, en Caquetá. Se me revelaron las profundidades del ser humano".
Encontró que el mundo no era solo lo que creía: "Un día discutí con un grupo de protestantes y descubrí el enfrentamiento de dos verdades. Para mí, el marxismo-leninismo, la verdad del partido; y para ellos, su verdad. Descubrí que también había otras verdades. Eso lo ve alguien que ha sido artista".
Adiós a las armas
Con el tiempo, sus compañeros entendieron que el arte lo llamaba más que la lucha armada y lo dejaron ir sin pasarlo por las armas. Sus textos aparecieron en libros y en diarios. Historias hechas por un hombre que cursó hasta tercero de primaria, formado políticamente en la antigua Unión Soviética y ex guerrillero.
Escribió libros como El bogotazo: memorias del olvido (1983) y la biografía de 'Tirofijo', en dos tomos: Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez (1989), Tirofijo y Tirofijo: los sueños y las montañas (1994). En el 2005 publicó El cadáver insepulto.
No a todos les gustaban. "Mi historia política me encuadró y siempre me han señalado. Con mi obra y con mi vida ha habido una resistencia social porque mis libros han sido muy polémicos y porque decidí ser el biógrafo de 'Tirofijo', con un texto muy leído y muy cobrado. Me lo cobraron con los exilios".
Hoy muchos lo aplauden. El teatro La Candelaria le hizo un homenaje esta semana con lleno total y se recogieron fondos para un imprevisto en su tratamiento. La Universidad de Antioquia, la semana antepasada, también reconoció su labor.
Hace un tiempo, por un honoris causa en literatura de la Universidad del Valle, por fin pudo trabajar bien como docente universitario. Su mente está en dar clases -no se ha jubilado-, en su obra, su familia y en las ganas de vivir.
"Hace siete años convivo con una leucemia crónica y ahora crítica. Una droga me permitía el equilibrio, pero hace tres meses la enfermedad me dice: hasta acá llega". De ahora en adelante vivirá otra oportunidad por la droga nueva. La vida cambia profundamente: hace 2 años creía que necesitaba 12 para acabar seis novelas y muchos dibujos; para ver crecer a Paloma, su hija de 12 años, su hijo de 30, su familia.
"Hoy me pregunto cuánto voy a resistir y si alcanzaré a vivir el posconflicto, algo que hace tiempo anhelo; a ver una paz definitiva que construya un país mucho más justo".
Su mirada sobre la guerra
¿En un balance, cómo le va?
Es crítico. Lo miro desde el concepto de la guerra. En los 60 y 70 los levantamientos de la insurgencia eran justificados pues el Frente Nacional fue excluyente. Surgieron Camilo Torres, la revolución en Cuba: el sueño era transformar el mundo. Luego llegaron la guerra sucia, el exilio y una reflexión sobre si la muerte mesiánica sería correcta en los 90 o en el siglo actual. Hoy no justifico ningún tipo de guerra: ni del gobierno ni de la insurgencia. Al país hay que darle un descanso con un proceso político que construya una paz con características sociales. La guerra oculta el conflicto social. Este no es el país de las oportunidades.
¿Colombia es un país oscuro?
Mucho. Por un lado, la Política de Seguridad Democrática plantea desconocer la historia, como si no hubiera un pasado laboral, social, universitario. Esto crea un país muy oscuro. Y, segundo, la guerra no produjo el nuevo país prometido en los 70. Ese no era este desastre de las tomas de pueblos. Ese no era el sueño.
¿Esa percepción lo entristece?
Claro. Mientras muchos cantan victoria por lo que tenemos, sigo pensando que padezco de cierta tristeza histórica.
Lo realmente importante

“Para mí lo fundamental, hoy, es mi obra como escritor y pintor, aunque sigo siendo crítico frente a lo que pasa".
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Contra el olvido
"Arturo Alape desarrolla una escritura que busca dar testimonio y salvar del olvido la historia truculenta de nuestro país". Luz Mary Giraldo, crítica literaria.
Justicia de escritor

Alape es un escritor de sucesos, que saca de donde lo lleva el afán por saldar alguna injusticia histórica y por recuperar la memoria del país". Maryluz Vallejo, profesora de la Universidad Javeriana.

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(1) Notas y citas sobre este encuentro y la entrevista:

ARTURO ALAPE, citado en “FIDEL. Biografía a dos voces” de Ignacio Ramonet**.

El 9 de abril de 1948 se encuentra usted en Bogotá, el día en que matan a Jorge Eliécer Gaitán, líder político muy popular. Vive usted allí una insurrección que se llamó el «Bogotazo». (8) ¿Cómo fue aquella experiencia?
Aquélla fue una experiencia de gran magnitud política. Yo aún no había cumplido los veintidós años. Gaitán era una esperanza. Su muerte fue el detonante de una explosión. El levantamiento del pueblo, un pueblo que busca justicia, la multitud recogiendo armas, la desorganización, los policías que se suman, miles de muertos. También me enrolé, ocupé un fusil en una estación de policía que se plegó ante una multitud que avanzaba sobre ella. Vi el espectáculo de una revolución popular totalmente espontánea. He contado ya en detalle aquella experiencia, está por ahí en un libro del historiador colombiano Alape. (9)
Pero le puedo decir que aquella experiencia me hizo identificarme más con la causa de los pueblos. Las ideas marxistas no tuvieron nada que ver con eso, fue un acto espontáneo de nosotros, como jóvenes con ideas antiimperialistas, anticolonialistas y pro democráticas.
Por aquellos días, víspera del asesinato de Gaitán, yo había estado en Panamá reunido con los estudiantes que habían sufrido un número de muertos, porque los ametrallaron cuando estaban protestando y exigiendo la devolución del Canal. Recuerdo lo que era aquello, una larga calle por donde pasamos, llena de bares, un gigantesco prostíbulo que tenia kilómetros de extensión. Había algunos muchachos en los hospitales, otros muertos; había uno paralizado al que visité con devoción.
Antes había pasado por Venezuela, estaba Rómulo Betancourt y también había una gran efervescencia. La revolución de Venezuela (10) había despertado muchas simpatías en Cuba. Carlos Andrés Pérez era entonces un joven que trabajaba en el periódico oficial del partido del gobierno. Rómulo Gallegos (11) era en aquel momento presidente, tras una elección popular, hombre muy humilde y honesto, y una prestigiosa figura política y literaria.
En Colombia, Gaitán había unido a los liberales, tenía una enorme influencia en las universidades. Nosotros contactamos con los estudiantes, hasta lo conocimos a él, a Gaitán, con quien nos reunimos, y decidió apoyar el congreso de estudiantes latinoamericanos que pretendíamos organizar. Quería inaugurado. Nuestro esfuerzo coincidió de forma absolutamente casual con la creación por aquellos días, en Bogotá, de la OEA (Organización de Estados Americanos).
Recuerdo que, cuando estábamos allí tratando de crear una federación de estudiantes latinoamericanos, entre otras cosas apoyábamos a los argentinos en su lucha por las Malvinas, y también la independencia de Puerto Rico, el derrocamiento de Trujillo, la devolución del canal de Panamá y también la independencia de las colonias europeas en el hemisferio ... Ésos eran nuestros programas, más bien antiimperialistas y antidictatoriales.
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Notas (pág. 610)
(8) Para una descripción vívida de lo que fue el “Bogotazo” váese Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Mondadori, Barcelona, 2.002, pp. 332-363 (Ver más adelante parte de las citas)
(9) En Septiembre de 1.981, el periodista colombiano Arturo Alape entrevistó largamente a Fidel Castro acerca de su experiencia en el “Bogotazo”. Véase Arturo Alape, EL Bogotazo, Memorias del olvido, Casa de las Américas, La Habana, 1.983*
* Notica: Décima séptima edición: Editorial Planeta Colombiana S. A. Junio de 2.005.

** Tomado del libro “FIDEL. Biografía a dos voces” Ignacio Ramonet. Editorial Debate. Primera edición, Abril 2.006. Pág. 111, 112 y 610 (notas)

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DE "VIVIR PARA CONTARLA" de G. G: M. (Texto completo en “Vivir para Contarla” )

En medio del fragor de la tragedia, mientras embalsamaban el cadáver del apóstol asesinado, los miembros de la dirección liberal se habían reunido en el comedor de la Clínica Central para acordar fórmulas de emergencia. La más urgente fue acudir al Palacio Presidencial sin audiencia previa para discutir con el jefe del Estado una fórmula de emergencia capaz de conjurar el cataclismo que amenazaba al país. Poco antes de las nueve de la noche había amainado la lluvia y los primeros delegados se abrieron paso como mal pudieron a través de las calles en escombros por la revuelta popular y con cadáveres acribillados desde balcones y azoteas por las balas ciegas de los francotiradores.

En la antesala del despacho presidencial encontraron a algunos funcionarios y políticos conservadores, y la esposa del presidente, doña Bertha Hernández de Ospina, muy dueña de sí misma. Llevaba todavía el traje con que había acompañado a su esposo en la exposición de Engativá, y al cinto un revólver de reglamento.

Al final de la tarde el presidente había perdido el contacto con los lugares más críticos y trataba de evaluar a puerta cerrada con militares y ministros el estado de la nación. La visita de los dirigentes liberales lo tomó de sorpresa poco antes de las diez de la noche, y no quería recibirlos al mismo tiempo sino de dos en dos, pero ellos decidieron que en ese caso no entraría ninguno. El presidente cedió, pero los liberales lo asimilaron de todos modos como un motivo de desaliento.

Lo encontraron sentado a la cabecera de una larga mesa de juntas, con un traje intachable y sin el menor signo de ansiedad. Lo único que delataba una cierta tensión era el modo de fumar, continuo y ávido, y a veces apagando un cigarrillo a la mitad para encender otro. Uno de los visitantes me contó años después cuánto lo había impresionado el resplandor de los incendios en la cabeza platinada del presidente impasible. El rescoldo de los escombros bajo el cielo ardiente se divisaba por los grandes vitrales de la oficina presidencial hasta los confines del mundo.

Lo que se sabe de aquella audiencia se lo debemos a lo poco que contaron los mismos protagonistas, a las raras infidencias de algunos y a las muchas fantasías de otros, y a la reconstrucción de aquellos días aciagos armados a pedazos por el poeta e historiador Arturo Alape, que hizo posible en buena parte el sustento de estas memorias.